Lengua Frankenstein

Batir el miedo hasta el cansancio
es el acierto de las cigarras.
Aun así, a un beso por segundo, 
llega la boca que me salva 
de una estocada en los ojos, 
y del dolor saltando 
por los charcos de la memoria 
y del sabor a sangre en esta lengua 
recién cosida por todas partes.
¡Ay mi lengua Frankenstein 
cómo sabe que el día alcanza el fin 
antes de asomarse al veinticuatro!
El canto de las cigarras 
es ficticio. Aun así, ha muerto. 
El fastidio es el nuevo formato:
doce horas limpiando mi espejo.
Allí piden auxilio otros pájaros 
que se expresan con un instante 
parecido al pío-pío de los polluelos 
del backstage de mi infancia.
Él me besa.
Saltando de cicatriz en cicatriz 
mi lengua inmóvil lo dice todo. 
                                            Farah Hallal

Memoria y signo

Hay un ojo acuñado en mi memoria. Ese es el signo.
Tiene por dentro el color que estipula la desgracia.
Sin ambición renace la estupidez en mi cuerpo:
cinco centímetros de duda crecí en el último año.
Por eso me gusta mirar hacia el patio de mi casa
donde mis hermanitos mueren sin miedo a crecer
y vuelvo así a mi único vestido de domingo,
a los pollos desangrándose en los ojos del vendedor
y corro por las calles y tengo apenas un cuaderno
en dónde dibujar niñas lindas y una sentencia de muerte.
La memoria es un signo encaprichado y enfermo.
Un barco que zarpa tarde para llegar a tiempo
a ese lugar perverso que nunca muere en nosotros.
                                                                                Farah Hallal

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